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Identidad eliminada, mujer anulada

Ilustración Shamsia Hassani / Texto Imane Rachidi


Prohibido existir en público. Es la norma suprema aplicada a toda mujer desde que su sexo biológico se apunta en el certificado de nacimiento. Ante la mirada talibán, queda prohibido estudiar, trabajar, viajar, dejarse ver, aspirar, elegir, soñar, desear, amar. Prohibido levantar la mirada, sonreír, reír, hablar, levantar la voz, opinar, hacerse notar. Se prohíbe ser y estar.


Protestar se llama “corrupción moral” y la consecuencia es lapidación en una plaza pública, son amenazas, detención, torturas y desaparición forzada. No faltan testigos, ni agresores, ni víctimas. No faltan informes, denuncias, declaraciones de la “comunidad internacional”, y pruebas de las violaciones de los derechos humanos, pero brilla la ausencia de la acción, de los gestos útiles, de lucha por una generación de mujeres y niñas sofocadas.  


Se les permite desposarse, engendrar, y criar a una nueva generación que no cuestione el yugo talibán. Se permite elegir entre morir y no existir. Se permite vivir invisible. Se permite respirar la asfixia, pero sin hacer ruido al inhalar. Que te oyen y sabrán que existes. Mujer.


Periodista residente en Países Bajos

Soy corresponsal para varios medios como la Agencia EFE, El Mundo, El Confidencial o la Cadena Ser. Llevo una década en el periodismo saltando de un continente a otro, de África a Europa, pasando unos años en Madrid, y otros en El Cairo, antes de llegar a Ámsterdam.


Mi gran pasión profesional está en los países arabo-musulmanes. Contar la realidad humana y la fuerza imbatible de las calles de Egipto, el Líbano, Jordania o Marruecos, entre tantos otros, ha sido y es mi pasión. La lucha de tantas personas por conquistar esa libertad que tanto se merecen y que tanto les impiden. Y, sobre todo, y quizás sea por una cuestión de conexión “fácil” por compartir el mismo sexo, me siento útil contando la lucha de sus mujeres. Las que cada día arriesgan su vida, el amor de su familia, y en algunos países la integridad de su rostro, para ganarse el derecho a existir, a hablar, a ser vistas, y a tener un nombre y una cara, más allá de los hombres que existan en su vida. 


No se trata de darles voz como periodista, porque la voz ya la tienen. Se trata de hacer que su voz se oiga en el mundo entero, para que nadie, ni los talibanes ni sus variantes islamistas, logren lo que quieren, que no es más que eliminar a las mujeres, encerrarlas detrás de las puertas de una casa, impedir que conozcan su derecho a vivir y decidir al prohibirles ir a la escuela. Quieren convertirlas en seres que no sienten, no opinan, no tienen deseos, en un 'algo' que camina debajo de un burka y que ve el mundo a través de una rejilla. Eso es ilegal y contrario a todas las convenciones de derechos humanos. Y por eso me he sumado a este proyecto.